Desamor, extrañamientos y La primera luz

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Fotograma del video «Fuga»

Desamor

El imaginario del desamor moderno ha producido un amplio espectro de representaciones, algunas de estas me incomodan porque proponen la mayor parte de las veces, desde el ideal del amor romántico, que las muejeres quedamos rotas, incompletas por quedar «solas» sin un hombre-pareja que nos de algún sentido en esta sociedad y como sujetos individuales. Desde la música, la literatura, el cine y los serieados (iba a decir televisión, por costumbre, pero ahora es pantalla con servicio de streaming) encontramos un repertorio guionado, a veces pienso que muy acotado, de cómo encarnar el desamor: hay que disolverse en el dolor, seguir algún proceso de transformación y luego continuar la búsqueda (casi obligada) de un nuevo sujeto-amor, o en el peor de los casos, regresar con aquél que nos condenó al malestar del rechazo.

No reparé mucho en estas imágenes y repertorios hasta que me encontré, en ese lugar común llamado desamor, cuando después de 10 años se terminó mi relación de pareja. Me negué a acompañar mi experiencia de desamor con lo que la cultura popular me ofrecía, particularmente, me resistí a que la música disponible me limitara a un rango que partía con «Él» estado de dolor en Tu falta de querer de Mon Laferte y el relato aparentemente empoderador de Shakira: Bzrp Music Sessions, Vol. 53 de Shakira con Bzrp. Aclaro, no pretendo hablar de si son correctas las representaciones que hay en esas dos canciones, o demeritar su posición en este entramado cultural contemporáneo, nada de eso. Conecto, como el resto de las personas con el dolor de un corazón recién roto, las he cantado a todo pulmón, desafinanda, casi a los gritos, pero también entre las risas respaldadas del «ahí va otra hermana»; pero sobre todo por el cuerpo sónico de quienes también conectan y comparten ya sea en un concierto masivo o en una pantalla de karaoke de algún bar. Sin embargo, me siguen debiendo.

Dice la genial Eva Illouz (2014) que el dolor por sufrimiento amoroso no es algo nuevo, pero sí lo son los modos de vivirlo (yo diría, encarnarlo). En su crítica al amor moderno, propone que no sólo se trata de un ideal cultural, sino de un sosten social del yo; por lo que el problema está en los recursos culturales disponibles para habitarlo. Y coincido con ella, fue por ello que me dediqué a buscar otras músicas mas «éticas» y a la vez, críticas del modo de habitar esta cosa llamada desamor, sobre todo, desde la mirada de mujeres adultas o de edades similares a la mía. O al menos otras imagenes que dejaran de sentirse a la convención o al repertorio habitual.

 

Extrañamientos

De Eva Illouz pase a Conjunto Vacío de Verónica Gerber Bicecci (2021) Lo leí de una sentada. El artefacto (porque no es necesariamente un libro en el tradicional sentido aunque luzca como uno) es una indagación sobre el desamor contemporáneo que desde la autoficción cuestiona el amor de pareja cuando este no está mas ¿Somos conjuntos vacios? ¿Nuestro sentido de existencia sólo concibe como única vía el ser totales, geométricamente coincidentes gracias a un otro? Para Verónica el desamor es un profundo desengaño hacia las estructuras, un desencanto, un estado de vigilia que nos obliga a habitar el presente, porque nos da la certeza de que nuestro vínculo funcionó en un momento y en el ahora ya no, por lo que se diluye con el pasar del tiempo. Propone que el desamor es un proceso, la tristeza es entonces resultado de saber que dentro de las estructuras y el imaginario del amor contemporáneo (moderno) «cualquiera puede desaparecer».

Mi formación inicial es como comunicóloga y luego transité a la antropología, por lo que he quedado, de alguna manera, atravesada por ambas disciplinas. La transición no fue sencilla: me reconfiguró la mente y la forma de aproximarme a la vida propia y social de una manera brutal, fuera de toda proporción imaginada (en mis existencias habitadas en mundos que ya no existen más). Durante los dos primeros años del doctorado, aprendí que la etnografía es una sucesión de encuentros con la diferencia, que estos encuentros no siempre son los mismos y que los extrañamientos que producen, permiten reflexionar sobre las formas de ser y estar en el mundo, o de existir. El algún punto, la comunicación se insertó como otra capa de sentido, y me encontré en más extrañamientos, los que producen los desencuentros, porque genuinamente comienzo a pensar, que desde la comunicación, se evita el desencuentro como espacio de encuentro en el que no hay consceno, sólo diferencia, conflicto. Ahí creo que se pierde a nivel de construcción de sentido y conocimiento no contemplar esos extrañamientos.

Recién ubicada en el desencuentro amoroso, al srcrollear mi feed de Twitter (si, ya sé que no se llama más así, que ahora es «x», pero lo seguiré llamando twitter) me topé con una breve reflexión de Nivardo Trejo-Olvera que me interpeló: «Politizar las emociones, preguntarse ¿esto que siento es mío?» Ahí, recordé a Derrida (1997), recordé que deconstruir es un proceso constante, es deternerse a mirar, no únicamente aquello de lo que hablamos, sino lo que sentimos, lo que hacemos, lo que pensamos; quiero creer que hasta lo que imaginamos. Quitar algo del centro no es una tarea sencilla, porque en alguna medida el desencanto y el desencuentro son modos que permiten develar aquello que no era tan evidente, hasta el presente, cuando preguntamos. A partir del ¿esto que siento es mío? caí en cuenta de que a lo que unos llaman proceso de duelo y que otros desamor se trataba en realidad de algo exclusivamente mío, y ya no más de la persona que me separé.

De las conversaciones aleatorias en twitter me fuí a las conversaciones de bar (me gustan mucho), que son otro espacio que me desatora siempre, ahí ensayo muchas de las ideas de que me atraviesan. Así que entre cervezas, risa y música de bajo fondo, una querida amiga chilena sugirió que quizás el problema está en que ponemos el amor de pareja como centro, y que desde ese centro jerarquizamos el resto de los afectos. Sonreí mucho despues de escuchar esto porque de pronto comencé a preguntarme todo ¿Y si el desencanto del que habla Veronica es un extrañamiento como el del encuentro-desencuentro antropológico? ¿Y si esto del desamor se trata mas bien de extrañarse en una misma y de una misma en los mundos o las vidas que nos hicimos y que ya no nos quedan, en el presente?

Dirán las astrólogas del TikTok que ando ociosamente pensando en esto porque mi ascendente está en escorpio, entonces tiendo a observar detenidmente la densidad de mi persona. Pero en realidad, de manera simultánea a este proceso me puse a leer, a conversar, a preguntar, a generar nuevos encuentros en mi desencuentro reciente, porque mi formación de antropológa me lo permite. Lo que si tengo claro desde el inicio, es la necesidad de ubicar otras representaciones del desamor que pudieran acompañar mis mañanas de café, mis trayectos de caminata larga, porque para mí, la música es un dispositivo que configura lo cotidiano (DeNora, 2000). Si ya comencé a hacer las preguntas, entonces es posible habitar esta experiencia humana fuera de la convención popular (como si eso fuera del todo posible), así que en la tarea de politizar mis emociones me lleva al ejercicio de ubicar otros modos más críticos de sí mismos, más éticos que me permitan atravesar este extrañamiento para ver el gradiante completo, ya libre de la embriaguez de la ilusión romática. Quise armarme un buen soundtrack

La primera Luz

El streming musical ha reconfigurado no solo a la industria musical, sino también la escucha. Llevo esta primera mitad del año escuchando álbumes de música, completitos. Es curioso porque sin soporte material como el CD, les seguimos llamando «discos». Desde luego, no es nada nuevo hacer un playlist sobre desamor, solo que yo comencé uno sobre habitar el malestar que produce el extrañamiento de mi desencuentro con la idea de amor. Si bien me alejé de Mon Laferte, no abandoné Chile y su larga tradición de cantautoras; en parte porque el algoritmo difícilmente te lleva a escuchar cosas nuevas, pero va aprendiendo de nuestrás cómodas experiencias musicales. También es necesario aclarar, que en realidad el algoritmo de TikTok fue quién me avisó del lanzamiento del primer sencillo, y de ahí, a Spotify (Los medios nunca están aislados unos de otros, sino en interacción constante, gracias McLuhan) y a la escucha de La primera luz de Camila Moreno.

El albúm recién lanzó en plataformas (y en su sitio web de manera gratuita) el 4 de junio de este 2025. Son diez canciones producidas por Adán Jodorowsky que se escuchan en 33 minutos con 23 segundos. No me extraña lo que Adanowsky consigue como productor musical, hay una sonoridad organica que privilegía lo acústico, pero que produce un espacio único porque de alguna manera el artista, en este caso Camila, ponen mucho de su experiencia personal, la oscuridad es luminosa, el sonido suena a viejo, hay profundidad en la textura. Apenas estuvo disponible lo escuché una y otra vez sin dificultad, en parte porque me parece que el orden de las canciones tiene una intención, hay un hilo conductor, el cambio entre canción y canción no se sienten abruptos, están articulados con precisión.

La línea narrativa del disco está muy lejos de representar el génerico desamor cotemporáneo, sino más bien, de manera similar al ejercicio de autoficción de Verónica, Camila se devela a sí misma como enunciante de un proceso de desencanto porque se trata de un disco muy personal, en el que se cuestiona así misma al interior de una complejidad que me resulta familiar. No hay un «esta es la forma correcta o incorrecta», no se victimiza, no señala a la ex-pareja como mal hombre, no hay glow up de feminismo blanco, ni optimismo de fórmula inmediata. No, nada de eso. Lo que se esucha es habitar el malestar que produce el extrañamiento de lo que se siente, de lo que se quiere y de lo que se piensa sobre lo que se siente y se quiere. No hay tristeza, hay reflexividad. Me parece que si tuviera que traducir a una sono-musicalidad lo que Nivardo escribió sobre politizar las emociones, o al desencato del que habla Verónica, sonaría justo a como suena La primera luz.

No pretendo que esto sea un análisis exhausitivo de las letras o de la música. Pero si una invitación a la escucha desde otro lado, la de asomarse a pensar en otros modos de experimentar el desamor como un proceso de extrañamiento de lo propio en lo colectivo. En ese sentido hay tres líneas de pensamiento que extraigo de la escucha del disco:

1. Un cuestionamiento a la maternidad.

Tres de las canciones proponen distintas relaciones con la maternidad. Me parece que son tan aterrizadas porque no idealizan, sino por el contrario, presentan capas distintas, cada una con su complejidad. Madre nunca, niña siempre es el deseo de volver a ser hija, de reconocer la vulnerabilidad en la pausa y abrazar las sombras. Medalla de oro es una alusión al conflicto de maternar a la pareja, de identificar que el cuidado a veces se confunde con ser un sustituto de otra madre. Habla está dedicada al hijo de Camila Moreno, y a lo que experimentaron durante el estallido social del 2019. Por último en Antorcha hay un deseo de cuidado, aun no lodgro identificar si es para sí misma o para cuidar a alguien que no gestó, o de asumirse por completo como madre con todas su cargas estructurales cuando dice:

«En ese momento quise yo ser tu mamá / Como espantamos los humanos la maldad»

 

2.El desamor es un proceso dialógico interno

En irreversible uno de los versos dice:

«Hoy quiero decirte / Ya eres libre / Aunque ame tus ojos / De nada me sirve. Igual te hago mal»

Me parece que ahí se acerca a lo que me refiero al desamor como un extrañamiento, no hay otro resultado que habitar el malestar que nos produce, ya sea a través de dolerse, del aburrimiento, del vacio y de lo paradójico que resulta el amar y des-amar cuando ya estamos haciendo presencia a la ausencia de aquella persona con la que ya no compartimos vida en común. A lo largo del disco, hay un diálogo que se articula entre la nostalgia, el enfrantarse a las sombras (propias) y luego se habita la claridad suficente para saber que uno puede querer, pero también no querer mas, o querer sin tener que estar juntos. No pienso que se traten de contradicciones, sino justo de preguntarse genuinamente si lo que sentimos es nuestro y asumir la resompsabilidad de mirar dónde nos paramos en la existencia que transcurre día a día. Este proceso de extrañamiento es consistente en La primera luz, Fuga, Vapor, Coronación, Irreversible y Torre, que por momentos se suceden como pregunta, como respuesta y como paradoja del encontrarse en la tranquilidad de la desilusión.

3. La luz cómo crítica al amor romántico

«Miré tanto la luz que no pude verla/ Ya esta casi vacía de tanta duplicidad / En la materia oscura quise tenerla / Yo he desaparecido queriendo también quererla»

La luz se presenta como una metáfora que quizás alude al «ideal» del amor romántico contemporáneo y a lo que Illouz señala sobre como este ideal configura nuestro yo individual-social. El arte de la portada del disco presenta esta luz, como la de un cerillo encendido (una luz menor, pequeña, de corta duración). Durante todo el disco hay referencias a la luz, pero siempre como algo frágil y por momentos problemática. Se busca, se mira, a veces no se mira y otras no la quiere, o reconococe que no está lista para sostenerla:

«En el principio yo no pude ver / Para / Por favor / Siempre he sido un ciego / Quizás tenga remedio / Ahora veo tu luz» dice en Vapor.

En Torre la oscuridad no se presenta como algo negativo, sino como el estado del extrañamiento que constantemente disloca la intensidad del ideal de esa luz, o la presenta tal cual es fuera de las idealizaciones propias e impuestas. Esta canción alude a la carta 16 del tarot , asociada a la destrucción de estructuras, y yo diría, asociada al desencanto:

«Esto es como estar muerto / La luz tampoco aclara. Igual a la distancia» Des-centrar es un proceso doloroso.

 

Cierre

Hay una última capa que desarrolla el disco y es el que de alguna manera está relacionada con la Pandemia del SARS-CoV-2. Es hasta este 2025 que yo siento que he superado de alguna manera todo aquello que el Covid-19 dejó caer con la existencia. Lo vivimos pero no lo hablamos. Y en cuanto a música, salvo anden por ahí otros artístas a los que no he escuchado, me parece que este disco de Camila es el primero que trata de alguna manera, bajo pretexto del desamor o la primera luz, el malestar producto de crisis del 2020.

El disco inicia con una primera luz, la de un cerillo, que no dura mucho, concluye con Antorcha:

«Aunque sea de repente ser como un sol / Y aparecer / Cuando se vaya el sol / No vendrá la noche / Mi cuerpo será un antorcha»

El disco cierra con la fiesta de San Juan, es decir con una fiesta pagana para celebrar el soslsticio de verano. No hay luz, hay fuego que se convierte en el cierre del extrañamiento cotidiano. No pueden reconfigurarse las pasiones, no puedes de-centrarse los afectos pasados sino se suelta, ni se consumen, hasta desaparecer, los mundos que ya no habitamos y las personas que fuimos y no seremos en esos mundos. El desamor es un extrañamiento doméstico, cotidiano, que si bien está atravesado por un malestar paradójico, es en realidad la posibilidad de mirar con claridad lo propio y de reivindicar los modos de existir en este pedazo de tiempo, y para mí, en esta península tropical.

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